viernes, 31 de julio de 2009

Breve ensayo sobre la quinesiofotichepidad.

Quinesiofotichepidad: dícese de la extraña tendencia que presentan ciertos mecheros a viajar espontáneamente de bolsillo en bolsillo. La palabra viene del griego; quinesio: movimiento; fotia: fuego; chepi: bolsillo.

En realidad “fotia” es la forma de pedir fuego que se usa en el griego moderno y coloquial; un recurso etimológico de poco prestigio, por lo que también se ha documentado una variante culta formada a partir del clásico “pyros”, presente en palabras como pirómano o piroclasto, esa variante es, claro, la quinesiopirochepidad.

Tanto en su variante culta como en la popular, el neologismo en cuestión designa una propiedad que, como la fuerza electromagnética, presenta una estructura bipolar cuyos dos extremos son el polo aspersor y el polo sumidero.

Cuando una persona se encuentra en la fase sumidero, haga lo que haga, todos los mecheros cercanos tienden a acabar en sus bolsillos; la fase aspersor se caracteriza, claro, por la tendencia que presentan los mecheros de uno a refugiarse en bolsillo ajeno; no importa con cuantos encendedores salgas de casa, indefectiblemente, volverás sin ninguno.

La quinesiofotichepidad se podría definir, también, como la forma que han desarrollado los mecheros para rebelarse contra la propiedad privada; una forma de reivindicar la libertad de los objetos y de garantizar, así, que el flujo mundial de mecheros sea una corriente dinámica y, por tanto, viva; un macroorganismo que, sin cerebro ni aparato locomotor alguno, ha conseguido colonizar gran parte de nuestro planeta.

Se puede establecer una clasificación de las personas en base a cómo gestionan la quinesiofotichepidad de sus mecheros. Así, se pueden describir tres clases de individuos: bipolares, polarizados y castradores.

Los bipolares son la inmensa mayoría. Personas de naturaleza pendular que oscilan entre los dos polos quinesiofotichépidos, contribuyendo así de forma involuntaria pero decisiva al saludable dinamismo del flujo.

Los castradores son esos extraños individuos que, ajenos al devenir natural de los objetos que conforman el mundo, se empeñan en someter a los objetos que les rodean bajo el yugo de la posesión, ejerciendo un férreo control sobre todo aquello que consideran que les pertenece, incluyendo los mecheros; impidiendo así el libre discurrir de los acontecimientos objetuales y reprimiendo, con su enfermizo comportamiento, la natural expresión de la quinesiofotichepidad de los mecheros. Son individuos peligrosos de los que conviene mantenerse alejado.

Los polarizados, como su propio nombre indica, son aquellos individuos que dejan transcurrir su existencia instalados en uno de los dos polos, ya sea aspersor o sumidero. Sin llegar a ser una patología en sí misma, estos individuos pueden llegar a desarrollar afecciones psiquiátricas en ocasiones graves, sobre todo si no aceptan su propia naturaleza e intentan ir contra ella.

Se conocen casos de individuos sumidero que, agobiados por la mala conciencia, han intentado, noche tras noche, desprenderse en vano de todos sus mecheros; pero es inútil, al llegar a casa siempre acaban descubriendo, con consternación, que llevan alguno encima, llegando en esporádicas ocasiones al intento de suicidio por parte del individuo en cuestión.

También, en el polo opuesto, se ha documentado algún caso de individuo aspersor que, harto de la continua sangría moral y económica provocada por su anomalía quinesiofotichépida, han llegado a cometer la herejía de dejar de fumar.

En cualquier caso, vale la pena tener identificadas a las personas polarizadas, ya sea en uno u otro sentido. Los aspersores por razones evidentes: si estás cerca de alguien que se desprende siempre de sus mecheros, aumentan espectacularmente las posibilidades de pillar alguno. Los sumideros porque, si estás cerca de uno de ellos, siempre tendrás a alguien a quien pedirle fuego. Ya lo dice el refrán: quien a buen sumidero se arrima, buena llama le cobija.

miércoles, 22 de julio de 2009

Breves consideraciones literarias.

La literatura como arma para derrotar a la vida. Estúpida presunción. La literatura es el escenario de la lucha, no la espada. El enemigo no es la vida, la vida queda fuera de sus márgenes, no ha sido invitada a esta fiesta.

La vida no existe más allá de las palabras con las que intentamos apresarla. La mímesis es una entelequia, un espejo que en sí mismo se refleja, una ingenua y redundante tautología.

La literatura es un refugio para gladiadores incapaces de abandonar la batalla a pesar de haber comprendido desde el principio que no hay posibilidad de victoria, que la derrota es la única verdad incuestionable.